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Palacio de las Garzas

Editado por el despacho de la Primera Dama Dorita Boyd de Pérez Balladares para apreciar la historia, arquitectura y riqueza artística única del edificio presidencial.

En abril de 1999, poco antes de culminar el periodo presidencial del Dr. Ernesto Pérez Balladares, su esposa la licenciada Dora Boyd de Pérez Balladares impulsó desde su despacho la edición del libro Palacio de Las Garzas.

En las líneas que sirvieron de presentación para la obra, la Primera Dama señaló que, a diferencia de los palacios que se reservan para ceremonias protocolares, en el nuestro se trabaja a diario.

Por eso, resulta complicado dar acceso permanente a sus espacios. Esta limitación fue la inspiración de doña Dorita para hacer este libro como «un recuerdo para los que alguna vez lo visitaron, y para los que no hayan recorrido sus salones y pasillos pueda, a través de textos, conocer su historia encantadora y única; y, por fotografías, su arquitectura y riqueza artística».

Patio Andaluz, de acceso al palacio. Fotografía de contraportada.

Extractos digitales

Es imposible vaciar en esta página web todo el contenido de una obra tan completa como esta. Tampoco podemos escanear sus páginas para transformarlas en un documento pdf, pues las dimensiones del libro son una limitante para esta labor. Pero lo que sí podemos hacer es presentar las fotografías y textos más interesantes de la obra con el objetivo de que quienes no hayan podido ver este libro puedan apreciar, sentir, la solemnidad especial que prevalece en esta edificación emblemática de nuestra historia nacional.  En cada rincón subsiste la amalgama de diferentes épocas e influencias que resumen nuestra forma de ser y condensan la nostalgia del pasado, la trascendencia del presente y el futuro que decidamos proyectarle.

Algunos datos importantes

Dirección, diseño y edición: Benjamín Villegas
Fotografía: Antonio Castañeda Buraglia
Textos: Jorge Conte-Porras
Presentación: Dora Boyd de Pérez Balladares
Villegas Editores
Diagramación: Mercedes Cedeño.
Revisión de estilo: Stella Feferbaum
Fotografía histórica: Carlos Endara, del archivo de Ricardo López Arias
145 páginas
ISBN: 958-9393-70-5

A continuación, te dejamos un resumen de la historia del Palacio de las Garzas y cuatro galerías fotográficas que desarrollamos a partir de la esta publicación del Despacho de la Primera Dama en los tiempos de doña Dorita Boyd de Pérez Balladares.  Estamos seguros de que les resultará impresionante la evolución de la sede del poder Ejecutivo.

Presidente Ernesto Pérez Balladares y su esposa doña Dora Boyd de Pérez Balladares en el Salón Amarillo del Palacio de las Garzas.

NOTA: Esta parte del artículo es un carrusel de contenido compuesto por cinco secciones. Inicia con «La historia resumida», que es un texto sin imágenes. Haz clic sobre el título (que se ve en rojo) para replegar la información, luego de leerla. Entonces el título se torna azul y podrás ver las secciones que corresponden a las galerías fotográficas, lo mejor de esta entrada. Haz clic sobre cada una para desplegar estas increíbles imágenes.

En la introducción desarrollada por Jorge Conté-Porras está prácticamente la información más importante sobre esta importante edificación. Por eso decidimos publicarla completa, sin ninguna corrección:

EI Palacio de las Garzas, construido en el período republicano, es un símbolo de nuestra identidad nacional. Podemos identificar ese espacio físico como la más antigua sede del gobierno colonial, pues en ese mismo sitio se instaló el primer albergue para las autoridades, que se vieron obligadas a trasladarse al denominado Sitio del Ancón tras la destrucción de la ciudad que fundara don Pedro Arias de Ávila en los inicios del siglo XVI.

La presencia de los castellanos en Santa María la Antigua, como todos sabemos, resultó de vida efímera, sin que podamos hoy palpar huella alguna de sus edificaciones. Y en cuanto a la vieja capital de tierra firme, destruida en el siglo XVII, hoy es apenas un sitio de reflexiones para el viajero que pasa, en donde sólo pueden observarse las ruinas de lo que fue una importante urbe y puerto de la antigua Ciudad de Panamá.

En cuanto a la Nueva Panamá, existe un vínculo histórico inocultable entre el Palacio de las Garzas y el desarrollo sociocultural de nuestra metrópoli, y especialmente con el Barrio de San Felipe, declarado por el Concejo Municipal como cuna de la nacionalidad.

Pero al referirnos a la historia del Palacio de las Garzas, tenemos que reconocer su origen, como edificio de la Aduana, vinculado a nuestra historia portuaria; en un país cuyas actividades mercantiles han sido determinantes en cada uno de los estadios de nuestro devenir histórico, desde los inicios del período colonial hispánico.

Lo que hoy conocemos como el Palacio de las Garzas, erigido como una de las primeras edificaciones del nuevo alojamiento de la urbe colonial, fue utilizado desde el siglo XVII para las oficinas de la Real Hacienda, principal bodega del puerto, y las de la Audiencia, y en diversas oportunidades como la sede de la propia Gobernación de Panamá.

Como bodega del puerto, ahí se destinaron las mercancías y tesoros provenientes tanto de la región andina, con destino a la metrópoli española, como aquellos bienes provenientes de España, que debían transportarse hacia el Virreinato del Perú.

Cuando se transfirió la vieja Ciudad de Panamá a lo que se conoció entonces como el Sitio del Ancón, se le dio especial importancia a la construcción de la Puerta de Mar, ubicada precisamente al frente de los almacenes en donde se alojó la Aduana, edificio conocido desde sus primeros días como El Taller.

Seis meses después del siniestro que en 1671 destruyó casi por completo a Panamá, mientras la ciudad agonizaba repleta de vagabundos y lamentos, partió de Cádiz el Capitán Antonio Fernández de Córdoba y Mendoza, con el ánimo de tomar una decisión sobre el destino de la población destruida.

Su intención original al llegar a tierra firme fue la de llevar a cabo algunas reparaciones para la restauración de la plaza, pero pronto comprendió lo inútil de su esfuerzo.

Aconsejado por muchos de los propios comerciantes de la ciudad, empezó a considerar la necesidad de encontrar un lugar más adecuado y seguro para su traslado. Al finalizar el año de 1672 se tomó en definitiva la decisión de abandonar la vieja metrópoli colonial.

El jesuita Pedro Mercado, que nos dejó una obra sobre el siglo XVII, al describir la situación de la Ciudad de Panamá en su obra titulada Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Quito, nos ofrece su versión del estado en que quedó Panamá después del ataque de Morgan, y luego de la llegada de Antonio Fernández de Córdoba y Mendoza…

«Por el mes de diciembre de 1672 llegó a la destruida Panamá, con el ánimo de restaurarla el Capitán Don Antonio Fernández de Córdoba. Perdida la halló y poco o nada restaurada. Había en la ciudad un gran estado de pobreza». […] «Al llegar encontró muchas dificultades, pues algunos vecinos sentían mucho el abandonar la Ciudad, pues ellos no querían dejar sus puestos».

Cuando se tomó la provisión, trazado y distribución de solares para las diversas instituciones eclesiásticas y de carácter administrativo de la nueva urbe, se hicieron presentes, como funcionarios de la más elevada jerarquía, primero el Capitán Antonio Fernández de Córdoba, el Obispo Antonio Deleón y con ellos el oidor de la Real Audiencia, don Luis Lozada de Quiñones.

Ello es lo que nos revelan los documentos históricos. Panamá, que había sido importante puerto por sus vinculaciones con el Perú y paso hacia el Mar del Norte para su comunicación con Portobelo, vivió en los días posteriores a su destrucción una situación vacilante en la que nadie atinaba a tomar decisión alguna.

Finalmente, el día 21 de enero de 1673 se tomó la providencia de ubicar la ciudad en una pequeña península rocosa, que tenía a sus espaldas un cerro llamado Ancón; de ahí la denominación original que se le diera a la nueva ubicación de Sitio del Ancón. Fue Fernández de Córdoba quien recomendó se tomasen las provisiones para fortificar la ciudad, para lo cual solicitó la autorización de la Reina Gobernadora y el apoyo de materiales y recursos del Virrey del Perú, Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos.
La delineación de la ciudad empezó a realizarse en esa misma fecha, tal como lo indica en un documento el Escribano de la ciudad, Juan de Aranda Grimaldo.

Con gran previsión, antes de que llegase la orden de la fundación o traslado de la urbe a un nuevo aposento, el Capitán Fernández de Córdoba empezó a transferir algunos materiales al Sitio del Ancón, enfrentándose con el pesimismo y la resistencia de muchos de sus antiguos habitantes.

Lamentablemente, Antonio Fernández de Córdoba falleció el 8 de abril de 1673 sin ver culminada su faena; lo que obligó al Obispo Antonio Deleón, con el apoyo del Oidor Luis Lozada de Quiñones, a acelerar las obras de reconstrucción de la ciudad. Don Luis Lozada de Quiñones, Oidor de la Real Audiencia, demostró la suficiente energía como para tomar la determinación de abandonar la ciudad en ruinas y de inmediato empezar a levantar un alojamiento adecuado para dirigir desde ahí los trabajos destinados a recoger la población dispersa, que en un estado de pesimismo permanecía aún aferrada a la destruida metrópoli. El otro Oidor de la Audiencia, Andrés Martínez de Amileto, siendo funcionario principal, era de los que se negaban a abandonar la vieja ciudad.

Siendo la Aduana el símbolo de las comunicaciones externas, Lozada de Quiñones terminó por convencer a los comerciantes de la gran importancia de esta edificación. Él sabía que ellos eran los únicos que podían dar un hálito de esperanza a este territorio, que había vivido desde el siglo XVI del transporte, compra y venta de mercaderías que llegaban al Istmo, lo que convertía a la Aduana en lo que se denominaba entonces el Depósito Almacén de Consignación.

Por su iniciativa se dio comienzo a la construcción de un alojamiento próximo al puerto, para instalar allí las oficinas de la Aduana y de la Real Hacienda. Pero de igual manera fue él quien decidió ubicar ahí la primera sede de su gobierno, como previendo el destino futuro de un albergue que, en varias oportunidades durante los siglos XVII y XVIII y finalmente en el XIX, debió de ser ocupado por las principales dignidades oficiales.

Esta es una de las razones por las que estamos tan obligados a preservar ese bien como una joya cultural de la nación panameña.
Durante el siglo XIX, después de haber servido como Almacén de la Aduana y Agencia Postal, el edificio debió pasar por un prolongado período de crisis, hasta que se pensó seriamente en ponerlo en venta.

El Taller sirvió en el siglo XIX de plantel escolar, de cuartel, de bodega para uso particular. Sus instalaciones tuvieron usos simultáneos, pero la parte superior del edificio siempre sirvió como sede de algunas oficinas, sobre todo las de la Administración de Hacienda. Desde mediados del siglo XIX, al instalarse el Estado Federal de Panamá, de acuerdo con la Ley 28 de septiembre de 1855, ahí se instalaron las oficinas de la Gobernación. En diversas oportunidades del siglo XIX Casa de El Taller funcionó como sede de la Gobernación, pero siempre en forma irregular hasta que, por iniciativa del presidente Buenaventura Correoso, en el año de 1872, el órgano legislativo tomó la decisión de instalar ahí la sede del gobierno del Estado.

En esa fecha se suscribió el contrato para instalar allí una Galería de los primeros Gobernadores y Presidentes del Estado de Panamá desde el año de 1855, cuando el istmo fue convertido primero en Estado Federal, luego en Estado Soberano y, finalmente, en el Departamento del Istmo.

Ya en el siglo XX, tras una serie de reparaciones, el presidente Belisario Porras tomó la determinación de su total remodelación, mandato que se encomendó al arquitecto Leonardo Villanueva M., quien al hacerlo le otorgó una nueva personalidad al Palacio. A él le correspondió rediseñar el edificio con una fuerte influencia islámica, tal vez evocando nuestras raíces históricas en la Península Ibérica, y sus palacios andaluces que aún se conservan, desafiando los siglos.

Pero al Palacio de las Garzas están vinculados, además, una serie de artistas nacionales que complementaron esta obra para otorgarle su mayor relieve, porque sus creaciones son representativas de una riqueza cultural de la que debemos sentirnos orgullosos todos los panameños. Cada uno de esos pintores nacionales contribuyó a robustecer el concepto de la personalidad del Palacio de las Garzas.

En primera instancia, debemos referirnos a Epifanio Garay Caicedo, tal vez el más prestigioso pintor colombiano del siglo XIX, quien realizó los primeros medallones de los Jefes de Estado del Istmo, que fueron colocados en el Salón Amarillo.

Garay realizó, de igual manera, los retratos de otras figuras notables de nuestra historia, que no aparecen en esa cronología: el Libertador Simón Bolívar, José de Fábrega, militar que asumió la primera autoridad del Istmo cuando se declaró la independencia de España; Tomás Herrera, presidente del Estado Libre del Istmo (1840-1841); José de Obaldía, presidente de Colombia (1854-1855), a quien le correspondió firmar la enmienda constitucional que estableció el Estado Federal de Panamá.

En la confección de los medallones que iniciara Epifanio Garay han de sucederle Sebastián Villalaz, Carlos Endara, Roberto Lewis y Juan Manuel Cedeño. Otro tanto debemos decir de la obra arquitectónica de Leonardo Villanueva M., quien con una devoción pocas veces ponderada se empeñó en realizar un trabajo sin paralelo, que ha desafiado las décadas.

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