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La premonición de los juguetes

El patio de la familia Pérez Balladares-González Revilla servía de trinchera, campo de béisbol, de pista de carros de carrera y de cuanta cosa saliera de la imaginación de una tropa de grandes amigos de 6, 7 y 8 años de edad.

Era un espacio que, al terminar la tarde, quedaba repleto de risas, buenos recuerdos y toda clase de artilugios regados por el piso.

Un día, aquel ritual de diversión infantil llegó a su fin cuando regresó del trabajo el señor de la casa, padre de «Ernestito» y Mario. Era momento de poner orden y prepararse para las horas de descanso. Así que, con la autoridad que solían tener los papás en los años 50, pidió al mayor de sus hijos, Ernestito, que se encargara de recoger el desorden. No tendrían mucho tiempo para hacerlo, solo el que le tomaría al padre cambiarse de ropa.

Pasados algunos minutos, el señor de la casa regresó a supervisar la ejecución de su orden. ¡Oh sorpresa! Claro que se estaba cumpliendo; pero sólo por el afán de los compañeros de juego de Ernestito, porque el chiquillo de 8 años de edad solo se limitaba a dirigir. Dejemos que la madre, doña Enriqueta, nos cuente en este vídeo la historia completa:

Cuatro décadas después, aquella reacción espontánea, quizá vista en esos días como irrespetuosa y soberbia, fue considerada una premonición… Ya de adulto, a Ernesto Pérez Balladares le correspondió enfrentar diversas y complejas situaciones desde verdaderas trincheras. Una de ellas: la Presidencia de la República de Panamá durante un difícil proceso de reconstrucción que vivió el país después de la invasión de los Estados Unidos para capturar al general Manuel Antonio Noriega.

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El hijo del médico Ernesto Pérez Balladares y María Enriqueta González Revilla Delgado, el niño osado de esta historia, nació el 29 de junio de 1946 en la ciudad de David, provincia de Chiriqui, al oeste de la República de Panamá. Tres años y cuatro meses después llegó al mundo su hermano Mario.

La familia vivió un largo tiempo en Boquete. Doña María Enriqueta diría luego, en una entrevista que le hiciera el diario La Prensa como madre del mandatario electo en 1994, que “era un pueblo pequeño, teníamos muchos amigos. Nos encantaba el campo. Fue una época muy feliz“. Así que es fácil entender porqué en las anécdotas infantiles del presidente Pérez Balladares se pueden encontrar grandes aventuras montando caballo o bañándose a las 6:00 de la mañana en una piscina de agua fría, en la casa de su tío materno Lalo.

De aquellos días de juguetes regados en el patio proviene el apodo por el que hoy todos lo reconocen: El “Toro”. Así le decían sus primos de la ciudad – por ser un niño grande, fuerte y de carácter – cuando los Pérez Balladares González-Revilla visitaban a sus familiares en la capital. “¡Ahí viene el toro chiricano, ganado bravo!“, decían para anunciar su llegada.

En estos tiempos del Siglo XXI un psicólogo diría que esa noción de “Ernestito” de haber nacido para mandar y no para obedecer no es otra cosa que una muestra de que tenía clara su capacidad de liderazgo, algo que definitivamente le sirvió a lo largo de su trayectoria profesional y política.

En estos tiempos del Siglo XXI un psicólogo diría que esa noción de “Ernestito” de haber nacido para mandar y no para obedecer no es otra cosa que una muestra de que tenía clara su capacidad de liderazgo, algo que definitivamente le sirvió a lo largo de su trayectoria profesional y política.

Esa cualidad, esa habilidad para gestionar el éxito, ha sido y seguirá siendo una de las más preciadas por quienes les tocó escribir diferentes episodios de la historia de la humanidad. De ahí algunas frases célebres:

El liderazgo es el arte de conseguir que alguien haga algo que quieres porque él quiere hacerlo. Dwight D. Eisenhower.

El gran líder no es necesariamente el que hace grandes cosas. Es el que hace que la gente haga grandes cosas. Ronald Reagan.

La tarea del líder es llevar a la gente desde donde están hasta donde no han estado. Henry A. Kissinger.


Cuando le doy a un ministro una orden, le dejo que encuentre las formas de llevarla a cabo. Napoleón Bonaparte.

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