“A pesar de mis firmes convicciones, siempre he sido un hombre que trata de enfrentar los hechos y aceptar la realidad de la vida como nueva experiencia y un nuevo conocimiento. Siempre he mantenido una mente abierta, una flexibilidad que debe ir de la mano con cada forma de búsqueda inteligente de la verdad”.
Por Ernesto Pérez Balladares
Esto es lo que soy… resumido en una frase que, debo aclarar, no es mía. Se le atribuye al polémico e influyente Malcolm X, quien por cierto fue uno de los líderes estadounidense que se ocupó de conocer lo que ocurría en Panamá cuando acompañamos al general Omar Torrijos en su cruzada internacional para recuperar nuestra soberanía sobre el Canal. Malcolm X se convirtió en uno de nuestros aliados, impulsando una matriz de opinión favorable a los panameños dentro de los Estados Unidos. Una jugada diplomática, en su propio territorio, clave para alcanzar con éxito ese gran objetivo que nos unió a todos como nación.
De esos días en los que nadie nos quitaba de la cabeza tener «un solo territorio, una sola bandera«, aprendí el valor de buscar inteligentemente la verdad. Omar me inspiró, me enseñó, a luchar por mis convicciones. ¡Y cuánto me ayudó eso!, un par de décadas después, para resucitar al PRD tras la traumática invasión norteamericana y – como presidente de la República – hacer lo necesario para que Panamá entrara al siglo XXI a la altura de las expectativas de los nuevos tiempos.
Fueron circunstancia que me convirtieron en una persona con determinación, algo que resulta incómodo para algunos y me acreditó la fama de “prepotente”; un adjetivo que no aplica en mí, según todos los diccionarios, porque se refiere a un individuo opresor, que actúa irrespetuosamente hacia los demás con ofensas. Jamás he hecho esto. Lucho todas mis batallas en el terreno intelectual, firme con mis ideales, pero manteniendo mi mente abierta a aceptar aquellos planteamientos que pueden desde la razón cambiar los míos.
Así fue aquel 30 de octubre de 2016, cuando Pedro Miguel se hizo con la Secretaría General del PRD y dije: “El partido escogió su rumbo. No compartieron mi visión. Los respeto, les deseo suerte”. Señalé también que hasta allí llegaría en el terreno político, porque quedé con el sentimiento de que no creían en mí o en mi propuesta; esa que incluía encaminar al PRD a hacer una verdadera fuerza de oposición y a unirnos en torno a un nuevo “objetivo de país”.
Desaparecí entonces de la escena, hasta que me resultó imposible permanecer indiferente frente a los acontecimientos que sobrevinieron después: El terremoto de Odebrecht, los mal llamados Panamá Papers, la decadencia de la AN con el bochornoso asunto de las planillas y que se convirtió en una contundente prueba de mis denuncias sobre el clientelismo que está acabando con la institución y con mi partido; el deterioro de la economía nacional, el estado de negación del Ejecutivo y, peor aún, la peligrosa pérdida de fe de los panameños en la democracia. Quizá porque, al igual que yo, no ven en el horizonte alguna persona con la capacidad y el liderazgo para salir de este gran atolladero.
Este largo etcétera de escándalos e irregularidades que hoy vemos en Panamá es similar al preludio que vivieron aquellos hermanos latinoamericanos que en este momento experimentan el horror de la autocracia. Hablamos de los que estuvieron muy cerca de entrar al grupo de países del primer mundo, pero sucumbieron a las fallas de la institucionalidad de los poderes del Estado y a la corrupción partidista. Las grandes injusticias sociales y el despilfarro de sus riquezas generaron un profundo sentimiento de frustración en el pueblo. El terreno fue abonado así para que se fortaleciera el odio entre clases y la creencia en promesas revolucionarias de hábiles vendedores de ilusiones que terminaron efectivamente por asumir el poder y destruir completamente el “viejo sistema” – incluyendo los partidos políticos tradicionales – para sustituirlo por otro modelo que está generando una crisis regional de proporciones nunca vistas y para la que ninguno de nosotros estamos preparados.
Esos hermanos latinoamericanos, que alguna vez protestaron por cosas muy parecidas a las que actualmente incomodan en Panamá, hoy agonizan por el hambre y la falta de insumos tan elementales como las medicinas. Un importante número de jóvenes que se han opuesto a los que ostentan el poder se marchitan a la sombra de una prisión; mientras que otros prefieren arriesgarse a atravesar como sea las fronteras de su país, dejando atrás todo cuanto tenían y a muchos de los que aman, buscando en sus vecinos un respiro a ver si logran resucitar la esperanza en un futuro de oportunidades. ¿Es posible mantenerse en un espacio de comodidad ante estos hechos?
Mi convicción de dedicarme a disfrutar de la tranquilidad que me gané con muchos años de trabajo y a cuenta de buenas decisiones cedió ante estas realidades de las que muchos hablan, creyendo que sólo con la crítica mordaz se superan las crisis. Así que, una vez más, asumí el reto de unir fuerzas, ajustar ideas y plantearnos un objetivo de país. El resto, a esta hora, ya es historia, una que culmino repitiendo lo que dije el 30 de octubre de 2016: “El partido escogió su rumbo. No compartieron mi visión. Los respeto, les deseo suerte. Ojalá que el equivocado sea yo”.
Mejor dicho, más que suerte, espero que encuentren la sabiduría para que el déjà vu se quede en el preludio. Mi conciencia está en paz porque hice todo lo necesario para evitar que las próximas generaciones hagan la misma travesía que hoy hacen esos hermanos latinoamericanos. El futuro es ahora responsabilidad de otros.
Este artículo también fue publicado el 27 de septiembre de 2018 en el diario La Estrella de Panamá. Clic aquí para ver versión digital. Para descargar formato pdf de la versión impresa, clic aquí.